Llovía como todos los días en la Ciudad de México, ese día se encontraban dos personas conectadas por el destino platicando en un auto, él ofreció llevarla hasta su casa, quería pasar más tiempo con ella; ella aceptó porque quería pasar menos tiempo sola. Como es fácil de imaginar en algún momento los atrapó el tráfico, los dos lo agradecieron, pues ella quería estar con él y él no quería estar solo. Un cartel promocionando la felicidad les exigía pedir un deseo, como si no bastara con soplar pestañas y mirar el cielo esperando estrellas fugaces, aparecía un cartel que hacía creer que tenía acceso directo con el destino, él le dijo que pidiera un deseo, y ella pidió una razón para hacerlo, él narró la siguiente historia:
-A veces en esta loca ciudad se observa el movimiento de todos los cuerpos, unos se mueven más lento y otros un poco más rápido, mi historia contigo es como la de dos autos, uno verde y uno naranja, que van en sentido contrario, andando por la ciudad, los dos independientes, los dos avanzando, algún semáforo en la esquina les pide que paren, los dos entienden la señal y quedan paralelos, ese mágico instante en que dos autos con rumbos diferentes coinciden en un punto. Así se encontraban esos dos cuerpos, así nos encontramos nosotros. Tomaron su tiempo para compartir el espacio que los rodeaba, tenía sentido en ese instante, tenía forma y tenía motivo, el tiempo parecía detenerse, fue bello; sin embargo el semáforo cambió, los dos dudaron en arrancar, quizá uno más que otro, pero al final lo hicieron, el sentido que llevaban era el mismo que en el inicio, se alejaban ahora cada vez más uno del otro, en sentidos contrarios, en direcciones diferentes, intentando consumir la ciudad que se les presentaba. Quizá, alguna vez exista en ellos el recuerdo de aquel momento en que los dos pararon, quizá, en algún otro punto de la ciudad se encuentren, y quizá se tomen el tiempo suficiente para detenerse, quizá encontrarán más autos en su camino, unos más importantes que otros, quizá uno siga y el otro pare, nadie sabe el sentido de los dos autos, ni siquiera ellos mismos, lo importante es que en algún momento de esta loca ciudad, se detuvieron y se miraron. –
Entonces él término la historia, y ella dijo, -un encuentro no basta, sabe a nostalgia, suena a un jamás irreverente, imaginemos uno más- y con voz de aquellas personas que le dan sentimientos a las palabras ella narró:
-Ahora que esos dos cuerpos están en otros sitios, en puntos diferentes de la ciudad, la esperanza no duda en preguntar si en algún momento esos dos autos se volverán a encontrar, yo no podría responderle, podría intentar entender esto desde el punto de vista de Pierre Fermat, quizá los encuentros no son más que juegos de azar, tal vez esos dos autos tenían que alejarse.-
-¿Escuchas?- pregunta ella, con el dedo en sus labios haciendo una pausa, pidiendo silencio, con un dedo blanco y delgado, generando un ruido de viento, ella, mirando con los ojos tan abiertos, cuestionándose e inventándose mundos mentales que orbitaban entres los dos, logra generar una vaga idea y sin esperar respuesta continua narrando-
-Se escucha que uno de ellos se pregunta,- se pausa de nuevo, la idea no es tan clara, mira a todos lados buscando que la secuencia aparezca en la ventana, formada por las gotas que escurren por el vidrio, esas gotas que traen imágenes llenas de recuerdos, encuentra al fin una idea clara y narra:
-El auto naranja se cuestiona si el otro querría quedarse más tiempo, le inquieta la esperanza, pide en el recuerdo que cualquier cosa haga durar más aquél encuentro pasado, pide una multitud imaginaria, y recuerda una manifestación que luchaba por el “Derecho de los cangrejos de ir hacia adelante”, se cuestiona por qué mirar hacia atrás a veces es malo, entonces piensa en los recuerdos, y entiende que ir hacia atrás es atrapar miles de esperanzas que se encuentran volando, esos seres del aire que no dudan en picar al que los invoca, seres con alas que a veces son tan crueles y les da por picar en el mismo punto, el auto naranja los ve acercarse y los aleja de sus pensamientos, entonces entiende por qué ir hacia atrás a veces es tan malo, el auto naranja pide no pensar en el auto verde.
-¿Sabes dónde estaba el auto verde?- preguntó ella, él le respondió que debía estar mirando el mar. -Se encuentra estacionado, mirando un atardecer en el mar, tiene planes a futuro, calles por recorrer, nuevos puentes por inaugurar, uno que otro semáforo por ignorar, es entonces cuando recuerda al auto naranja, del cielo aparecen esos seres que vuelan, le pican directo en la memoria, y a pesar de cargar con la nostalgia no le molesta y pide al destino encontrarse con el naranja de nuevo, se mueve, lo busca.
-Pasa el tiempo, en Periférico el auto naranja se equivoca en algún retorno que debía tomar, en lugar de salirse sigue en línea recta sin parar, sin saberlo, el auto verde se encontraba inmediatamente en el retorno que debió seguir, por alguna razón él no logró tomar la lateral, y por otra razón diferente a la del auto naranja el otro logró salirse de los carriles centrales creyendo que había tenido suerte por no desviarse, nadie sabrá qué habría pasado si en ese momento se hubieran encontrado, ni siquiera ellos mismos; este tipo de desencuentro pasó otros tantos de veces, alguna otra vez se encontraron en el mismo carril de Viaducto, pero un tráiler les limitaba la vista, y deslumbrados por un anuncio que brillaba intensamente promocionando relojes para los muertos, para que estos no llegaran tarde, no lograron percatarse de lo cerca que estuvieron de encontrarse, porque no basta con estar juntos en un mismo instante, es necesario que ambos sean conscientes de ello.
-Pasó septiembre y mes y medio del encuentro, no es fácil continuar con las esperanzas al paso del tiempo, es más fácil dejarse llevar por los impulsos y permitir que la caótica ciudad los una en un punto sin retorno.
-Pasando por Insurgentes el auto naranja logra ver al auto verde, duda en alcanzarlo, le teme al momento, lo intenta y confía en que si el destino quiere favorecerlos el verde debe entender que necesita bajar la velocidad, sin embargo no lo ve y por lo tanto no lo hace, pero no duda y acelera, lo hace tan seguro que el miedo se ha ido de sus llantas y corre con más facilidad, lo alcanza, el auto verde logra verlo en el espejo, se detiene sin importar la obstrucción vial que el encuentro de los dos podría ocasionar en la ciudad, hay autos que reclaman el espacio que estos dos ocuparon para detenerse, pero no les importa y deciden mantenerse así el tiempo que sea suficiente, por fin deciden parar, se creó un tráfico como los que hacen detener el tiempo. Algunos sensibles saben que es por esta razón que en muchos puntos de esta ciudad aparece el tráfico imprevisiblemente todos los días, y al recordar la historia de los dos autos sonríen.-
Ilustración: Autor desconocido (si tienen información favor de compartir).
Ella terminó de contar su parte de la historia cuando el tráfico comenzó a disiparse, exigiendo que continuaran su rumbo, los dos entendieron que debían buscar otro de esos anuncios que incitaban a la felicidad, necesitaban que por alguna razón el tráfico lograra formarse, pues ahora ya no les importaba estar solos, lo que querían era estar juntos, pero no encontraron nada, él simplemente decidió girar a la derecha en sentido contrario, la calle era cerrada, crearon su propio tráfico para que pararan, ella estaba a gusto, y él bajo las manos del volante para dejar de mirar hacia enfrente, se miraron y sólo entonces se detuvo el tiempo. Más que suficiente, fue bello.
Al final, la ciudad les decía que tenían que moverse, entonces él se echó en reversa y en ese momento logró comprender por qué razón los cangrejos no van hacia adelante, seguramente pensó él, tienen embotellamientos imaginarios.
Mile Montiel
Ciudad de México
Comments