Fotografía: Trailer de la obra Casa de muñecas de Henrik Ibsen
Porque yo tengo el pecho blanco, dócil,
inofensivo, debe ser que tantas
flechas que andan vagando por el aire
toman su dirección y allí se clavan.
Alfonsina Storni
Hace no mucho, asistí a ver “Casa de muñecas “de Henrik Ibsen (Skien, 1828-Cristianía, 1906), dramaturgo noruego conocido como el “padre del teatro contemporáneo”. La obra, con su contundente crítica social y moral, así como, su riguroso realismo me brindó la pauta para dar cuenta de los aspectos sociales y existenciales que giran en torno a la mujer en la actualidad.
Nora, el personaje principal que define Ibsen en su obra, representa a la mujer de fines del siglo XIX, en el contexto de un medio social donde se enfrentaba conflictivamente a los avatares de un rápido desarrollo capitalista basado en el desarrollo de la metrópoli industrial. Periodo de agitación y descontento; que al tiempo iba construyendo a una mujer “funcional”, que cumplía con los roles de género de la época, sin espacio de libertad ni reconocimiento.
Ha pasado ya más de un siglo desde que Henrik Ibsen abordó, incluso sin saberlo –y tal vez, sin quererlo- con una fuerte sensibilidad, su visión de lo femenino en la construcción social de la ciudad moderna; describió desde su mirada masculina los roles de la mujer promedio que no se alejan demasiado del que nos tañe hoy en día.
Un escenario que si lo pensamos bien no ha cambiado mucho, puesto que las estructuras del sistema patriarcal y capitalista siguen rigiendo en muchas esferas de la vida actual, que se conservan en la cultura sencilla e inmediata de la dominación, en dónde la satisfacción parte de lo material y se anula en lo individual, un disfraz que se ciñe a cumplir los roles tradicionales del hombre y de la mujer a cuatro paredes y que se desarrolla principalmente en tres ámbitos: el matrimonial, el social y el económico.
Como observó Henrik Ibsen, también la modernidad abre un espacio para cuestionar, es el tiempo en que la mujer se aparta de la vida doméstica y se va reconfigurando en el espacio social de la vida cotidiana en las calles.
Torvaldo: “¡Ah, mujercita adorada! Nunca te estrecharé bastante. Mira, Nora...,
quisiera que te amenazara algún peligro para poder exponer mi vida, para dar mi sangre, para arriesgarlo todo…”1
Con la modernización, como explica Lavrin “se accede a la sociabilidad pública que hasta entonces les estaba vedada”2 lo que irremediablemente les permite a las mujeres incursionar más allá del territorio en el que la tradición premoderna las había colocado.
Literatura y ciudad, un escenario para la libertad
¿Cuál es la realidad que vivimos hoy en día las mujeres de la ciudad contemporánea? Creemos (a veces), que se aleja de manera deseosa de la irremediable realidad que la literatura nos ofrece, para comprobar que en la actualidad a la mujer contemporánea o posmoderna le atañen las mismas máscaras que hace un siglo, una insatisfacción infinita que se vive y se representa a cuatro paredes fuera del espacio urbano en dónde se confrontan todas nuestras actividades de lucha y de manifestación.
Pero en realidad ¿qué quería Nora? Sin duda, lo mismo que Henrik Ibsen expone con el acto triunfal de su protagonista: la liberación.
Nora:“Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío…”3
Un reconocimiento a la cuestión fundamental del libre albedrio que hoy en día nos parece tan arrebatado, cuando las redes sociales nos inundan, o las posturas nos contaminan, Nora, encuentra principalmente un reconocimiento en sí misma, que le permite una toma de decisiones que la encaminan a dejar atrás lo que ha sido, y a dejar de estar detrás de aquellas máscaras que se ha ido fabricando.
La literatura tiene la capacidad de evidenciar un contexto y sus modos de vida, de reflejar en sus personajes de manera certera la condición humana y la ciudad tiene la capacidad de recibir en ella el ejercicio del “libre albedrio” y del “libre pensamiento”, para llegar a conjeturar una visión crítica y sensible sobre la vida.
Fernanda Luna [1]
Fb: @Fernanda Luna.
Ciudad de México.
Ibsen, Henrich 1979.
Lavrin, Asunción 1995.
Ibsen, Henrich 1979.
[1] Urbanista egresada de la facultad de Arquitectura de la UNAM. Ha trabajado en temas de interés principal en la cultura y la experiencia urbana. Ha publicado ensayos de arte y cultura para medios independientes ya académicos.
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