Las fronteras imaginarias que anteponen las siluetas de aquellos actores desvanecidos en la cotidianidad de la ciudad donde: su nula interacción con el mundo “real”, su casi fantasmal presencia y estigma proyectada en éstos, se hacen presentes cuando acogen diferentes lugares callejeros como refugio ante las tempestades climáticas. Incluso ante la catástrofe de las necesidades básicas como lo es una vivienda capaz de generar confort, dicha situación hace pensar acerca de la sobrevivencia humana. [1]
Así, el transeúnte “tropieza” una y otra vez con aquellos actores que conforman parte de los paisajes delineados en las calles que enmarcan la ciudad, éstas van en función del espacio y su relación con el clima donde: lo verde de los parques, el asfalto, así como también los diferentes muros de las edificaciones; hacen emanar las actividades que aquellos llamados “otredad”, ejecutan y experimentan en su estilo de vida ante aquellos espacios no privados.
En el libro: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, de Marshall Berman, encontramos todas aquellas descripciones que el ensayista Baudelaire hace acerca de Francia en el siglo XIX, donde la modernidad impone las nuevas formas de dirigirse para con la urbe.
Esta nueva experiencia se prolonga hasta bien entrado el siglo XXI, donde los actores y todos aquellos escenarios urbanos generan contradicciones evidentes. Los “huecos”, “agujeros”, “callejones” y demás morfologías, que delinean la ciudad, han permitido a lo largo de la historia contemporánea una adaptación del medio y el cubrimiento del cuerpo humano.
La corporalidad y el contacto con el asfalto hacen que aquellos actores como los denominados vagabundos, “cubran” medianamente su sentido de lo frío, de la no pertenencia y de los espacios de alta significación para ellos, así, el cartón, lonas y demás materiales reciclados, hacen de éstos una cobija humana.
Paradójicamente, el concreto es una metáfora en la cual el frío de las relaciones interpersonales se manifiesta a través del nulo contacto de la calidez humana, la cual se desvanece de manera similar cuando el cuerpo delinea el contorno de una silueta compacta, fría, desprovista, desvanecida, transparente y fantasmal; es una representación más del individualismo en la sociedad.
Invernar representa la transmutación que acontece al interior de las majestuosa y antiguas pirámides, en las cuales los equinoccios alumbran el interior de estás con una luz que cubre todo a su alrededor. Algo similar sucede cuando la luminosidad alumbra las siluetas que se presentan ante nuestros trayectos por la ciudad en primavera, incluso las que se apropian de las calles como hogar.
El invierno en la ciudad nos indica un ciclo de sobrevivencia humana, así como la corporalidad manifiesta el sentido que el ser humano le otorga a la propia existencia humana.
Texto: Lola Alderete.
Contacto: andrea.alderete82@hotmail.com
[1] FOTOGRAFÍA: Vagabundo acostado en la calle, leyendo el Fortín Mapocho, con un perro a lado. Fotógrafo: Héctor Aravena, Chile, 1990.
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