Allí estaba yo, temblando y con una sensación en el estómago bien jodida mientras miraba la inmensidad de esa loma insufrible. Nunca pude entender cómo hacía la gente para colocarle nombres a las pendientes ¿A quién se le ocurriría la idea de llamarle a esta La Quiebrapatas? Es que de sólo nombrarla le van entrando a uno ganitas de no pisarla nunca. En fin, no sólo se usaba para quebrar extremidades, los chicos de mi barrio la usaban para quebrar en nosotros, los protohombres, una hombría inexistente. El reto era simple, demostrar que a nada se le tenía miedo y lanzarse en bicicleta al vacío, si uno salía vivo se iniciaba en el mundo infantil de los bandos que, con suerte, terminaban convirtiéndose en los futuros muchachos de la cuadra. No sé, justamente antes de estrellar mi cara contra un muro de cemento me di cuenta de que tal vez no era tan malo vivir con miedo.
Jesús David Ortiz Querubín
Promotor de lectura del sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín, Colombia
Facebook: davoortiz21
Instagram: otro_querubin
Comments