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Postal Urbana

La vida en el transporte público

Como dicen: “Siempre hay una primera vez para todo”. Y todos tuvimos una primera vez en el transporte público. Solos.


Recuerdo que en mi infancia, cuando había que ir al centro me ponía muy feliz; pues usaríamos El Metro y sus escaleras eléctricas. El bullicio. La gente y su ruido.

Crecí en una colonia clasemediera de Ciudad Nezahualcóyotl. Cuando salí de secundaria, papá temía que me convirtiera en líder porril, así que me inscribió a una escuela cerca de casa para mantenerme “bajo vigilancia”. La escuela estaba apenas a unas 12 cuadras y una avenida de distancia de casa: se podía, o no, ir caminando.


Las primeras veces que usé combi fue justamente para ir a la escuela, en algún día que entraba tarde y mamá no podía llevarme. Algunas veces me aventuraba a caminar. Pero en las mañanas más frías prefería tomar colectivo y pagar mis $3.


Recuerdo que en una temporada de exámenes, se nos ocurrió que sería buena idea armar la pinta a Chapultepec. Era lejos. Además de usar combi por aproximadamente 30/40 minutos para llegar a “Panti”, la estación del metro más cercana, tendríamos que viajar 16 estaciones en la “limo naranja”. Sin adultos ¡Qué emoción! Después del examen seríamos libres y podríamos disfrutarlo en un picnic con los otros compañeros y, repito, SIN ADULTOS.


No recuerdo ahora cuántos fuimos, pero sin duda éramos más de 10. Llevamos comida y chucherías para compartir. Fue muy emocionante. Una de mis amigas de plano se posó sobre el puente de Los Leones y gritó con los brazos abiertos: -¡Por fin salí de Neza!-. Y es que en verdad parecía que era la primera vez que todos llegábamos tan lejos sin compañía de nuestros familiares.


Las veces siguientes fue más fácil moverme en el transporte público. Salía constantemente a casa de una tía, cerca de la estación del metro Eduardo Molina. Me trasladaba hasta el centro de trabajo de mamá en San Ángel para después salir de fiesta. El poder que me daba el transporte público, de llegar a donde yo quisiera, era inimaginable.


Comencé a usarlo en horas pico y mi fascinación comenzó a desmoronarse cuando me tocaba ver filas de gente esperando convoy hasta las escaleras. Empujándose. Entrando por las ventanas. Aferrándose a ese pequeño cachito de suelo dentro del vagón que pudiera resguardar su masa: -¡Voy a bajar rápido!-, suplicaban el espacio. – ¡Recórrete para en medio!-, -¡Allí hay lugar-.

Después conocí las mieles del RTP, el Trolebús, el Tren Ligero. Poco a poco fui adoptando rutas y caminos nuevos. En cada uno subían toda clase de personajes, algunos recurrentes; como aquella señora de edad avanzada que entraba con una niña de unos 6 años. La niña tenía la mirada muy seria al igual que toda su figura. Era muy recta, muy “adulta” en su manera de mirar, de observar todo, y muy difícil confundirla, aunque hubiera otras niñas con el mismo uniforme escolar. Cuando estrenaron el Metrobús del entonces Distrito Federal tardé mucho en utilizarlo y ahora me parece una maravilla.


En el transporte público se viven muchas cosas; la gente en masa se comporta de maneras extrañas y es que, tantas personas en un espacio tan reducido, hace sentir vulnerable a cualquiera. Vulnerable pero no. Es algo muy extraño.


Hay muchas maneras de vivir las ciudades y una de ellas, sin duda, es a través de su transporte público, en él suceden muchas cosas. Cada día alguien está teniendo su primera vez, ¿tú recuerdas la tuya?



Texto y fotos: Vi

Quizás Neza, Quizás CDMX

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