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Postal Urbana

Las ciudades internas

Actualizado: 15 abr 2020

Se abre el telón, el escenario está aparentemente vacío, muchos personajes. Sin embargo, conforme pasa el tiempo y el ojo tiene oportunidad, se puede notar que en el suelo hay dibujadas paredes, calles y al menos una docena de casas con sus espacios cerrados, abiertos y semiabiertos, jardines y zotehuelas. Estoy describiendo una película de 2003 dirigida por Lars Von Trier, en donde una extraña, por motivos igual de extraños, llega a un poblado pequeño con costumbres ya establecidas. La joven llega a romper ese equilibrio que había entre sus pobladores.


Fotograma de Dogville (Lars von Trier, Dinamarca, 2003)

Viene mucho al caso Dogville, para hacer un símil entre la vida en una pantalla durante unas horas, y la vida afuera de ella y su transcurrir durante un periodo considerablemente más largo de tiempo. La metáfora de un agente extraño que llega a alterar el orden establecido, fuerte como un roble, pero tan tenso como una telaraña, funciona mejor en tiempos de arraigo domiciliario, voluntario y/o adoptado por la población a sugerencia de los organismos políticos globalizadores. Metáforas mucho más funcionales que películas más directas que hablan de pandemias y contagios.

Dogville no sólo es un filme para reflexionar en ese débil equilibrio que hay en una sociedad que no repara en pensar en sus ritos y que se levanta todos los días para iniciar un recorrido que lo llevará al trabajo y de regreso, con sus respectivas escalas de alimentación, socialización y ocio, todo sin, hay que reiterarlo, sin pensar en ello, todo por inercia. También revela lo que quizá todos ya nos hemos percatado, pero que, obedeciendo a la misma maldita costumbre de vivir por inercia, no hemos alcanzado a conceptualizar como tal: lo interesante de las ciudades ahora está ocurriendo detrás de la puerta cerrada. En estos momentos de cuarentena social, la vida de las ciudades ocurre en casa.

Mientras, en el escenario teatral, única locación del filme, las calles están vacías, la trama ocurre en esos espacios delimitados por gises que hacen de paredes. El efecto para el espectador es el del perfecto chismoso, el observador omnisciente que puede estar en todos lados a la vez, el del panvoyerista (permítaseme el neologismo) que puede meterse a todas las paredes para ser testigo de la ignorancia de cada personaje con respecto a lo que ocurre en todo el poblado, en toda la historia. Cada personaje en Dogville actúa de acuerdo a su perspectiva, de acuerdo a su ignorancia con el todo, que sólo el espectador conoce. Así, en encierro social, cada uno tiene una perspectiva distinta de lo que está pasando. ¿Quién negaría el derecho de cada uno a opinar cualquier idea estrafalaria?, ¿con respecto a qué esa idea puede ser estrafalaria? Hasta ahí ese lado de la reflexión.

Las fotos de las ciudades revelan su identidad, su carácter. Cada espacio público revela la manera que tienen sus habitantes de relacionarse. La máxima de la ingeniería social importada de la psicología ambiental dice “diseñar el espacio es diseñar al habitante”. De este modo, cuando de nuestra boca sale la palabra “arquitectura”, en nuestra mente resuena la importancia de ese gran jardín al lado de la avenida, o del ritmo que tienen las columnas de una iglesia, o lo hábil que fue el artista al darle vida a esa gárgola, a ese jinete en la estatua. Es en momentos como este que cobra la importancia de la arquitectura de interiores, es en un estado de confinamiento en el que uno puede reflexionar la importancia de un metro cuadrado más, sin importar que tenga columnas o estatuas. Se puede sentir ese encierro mirando Dogville, a pesar de que no puede verse una sola pared. Al igual que no hay paredes de las casas, las fronteras del pueblo están dibujadas por la obscuridad resultante de la falta de iluminación en un escenario tan grande. ¿Qué hay más allá? Nadie lo sabe. ¿Qué hay más allá? Nadie sabe qué hay más allá de la ciudad, en estos momentos, a veces nadie sabe qué hay más allá de la propia casa.

La metáfora se extiende.

Ahora la vida nos devuelve una cucharada de nuestro propio chocolate. Por mucho tiempo no hemos podido, o no hemos querido, ver el “más allá” de la individualidad de cada uno, no hemos fomentado la inquietud por el detrás de la obscuridad que nos delimita, tras de la cual siempre hay un otro. Un agente externo estaba rondando amenazante y lo primero que hicieron muchos es ir a comprar con pánico provisiones irracionales de material higiénico, a veces con la intención explícita de dejar al otro sin las propias provisiones. ¿No es la higiene la perfecta metáfora de la individualidad extrema? ¿No es la asepsia el deseo de quedarse sólo, desde la piel para adentro? El otro como el mugroso indeseable.

Ya en la segunda fase, de Dogville, me refiero, quizá debí haber usado la palabra que la misma metáfora de la película sugiere: acto. Ya en el segundo acto, cada habitante se aprovecha de la situación. Sin hacer revelaciones de la trama, baste decir que la ignorancia dio como resultado actos viles por la mayoría de habitantes, actos bien intencionados, eso sí. Detrás, en la protección de la intimidad, todo mundo es bueno, al igual que después de la muerte.

Ante lo desconocido (cualquier virus es un desconocido cuando aparece, lo mismo que la muerte, perfecta compañera de la especie que siempre fiel nos ha acompañado, siempre agradeciendo que seamos nosotros los únicos en reconocer su nombre), no nos queda sino ser nosotros, nosotros otra vez. Si la especie sigue en pie, no es por haber desarrollado unas uñas muy afiladas o un pelaje a prueba de todo, somos en esencia, un simio desnudo, el más débil e indefenso de los animales. Tampoco nos ha defendido la capacidad del habla, aunque sí fomente nuestra real fortaleza; tampoco la capacidad de raciocinio, aunque también fomente nuestra verdadera fortaleza; ni nuestra capacidad de “manifestar nuestra individualidad”, que es un lastre; eso que nos ha defendido es la capacidad de ser más que uno, de volver en ciertos momentos a ser manada, a hacer manada, lo que después llamaríamos comunidad.

Ayude al vecino y déjese ayudar. ¡Ah!, y vea Dogville.


Fotograma de Dogville (Lars von Trier, Dinamarca, 2003)

César Uribe

Twitter: @puma_uribe

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