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Postal Urbana

M8 2020 MID

Dejad la postración que tanto tiempo

La gloria y el saber os ha ocultado.

¡Oíd con atención! La hora ha llegado

De que ilustre también sea la mujer.


Rita Cetina Gutiérrez, “A nuestro sexo”

La siempreviva, Año 1, Número 1, p. 2

Mérida, sábado 7 de mayo de 1870


En Mérida, Yucatán, la misma ciudad que vio nacer a Rita Cetina, poeta, feminista y maestra de muchas, incluida la misma Elvia Carrillo Puerto, acudo a la marcha del 8M. No son muchas mis expectativas, conozco el conservadurismo local (a pesar de ser cuna del feminismo en México 150 años atrás, muy a pesar también de ser la primera entidad federativa en otorgar el derecho al voto a las mujeres en el país en 1920). Aún así creo importante mi participación y mi voz. Me estaciono a unas 6 cuadras del monumento a la Patria y veo correr a muchas mujeres con camisetas moradas, pañuelos morados y verdes a lado y lado de la calle. Corren tranquilas, si eso se puede, quiero decir que no corren porque algo las persigue (no esta vez) sino por apresurarse a llegar, y me les uno a la carrera. Llegando al monumento veo un mar violeta que cubre parte del monumento y el Paseo de Montejo. Primeras lágrimas que llegan a mis ojos. Trato de localizar con quién había quedado y cuando lo logro, resultan unirse otras más que nos encontramos pese a la multitud. Había decidido ir, aunque fuese sola, y de repente éramos un mini-contingente de 8 mujeres.

Foto: Elur G. Mulet


El ambiente es festivo, se respira y transpira sororidad. La batucada conformada por mujeres armadas de tamboras, garrafones vacíos, sartenes viejos y un caracol de mar no se dio por vencida en más de 3 horas de tocar sin cesar, de llevarnos a ritmo carnavalesco pero lleno de dignidad. Miro a mi alrededor y me sorprendo nuevamente de ver la diversidad de un único contingente femenino: niñas en carreola, chavas apenas adultas con la sorpresa de la novedad y el fuego de la juventud, mujeres con peinado y maquillaje “perfectos” y aretes de perla, junto a otras con mojas de colores, tatuajes y piercings en todo el cuerpo, junto a las que van directamente en tetas, las encapuchadas, las que llevan bozales y camisetas con mensajes “provocadores”, junto a las señoras “encopetadas”, a las mujeres trans, y a las ancianas en andador pero con el valor con más fuerza que nunca, junto a nosotras ocho, que también éramos una mezcla de todas las feminidades posibles. Íbamos codo a codo, puño en alto y gritando a la par.


Y sí, todas ellas me representan hoy y siempre.

Foto: Elur G. Mulet

Foto: Lety Segura de León

Foto: Lety Segura de León


Al inicio, nos gana el decoro (o la vergüenza o la falta de costumbre de gritar lo que tenemos que gritar) pero después de un rato, volteo a mi alrededor y veo como un acto de catarsis o psicomagia, a todas por igual, 6,000 almas sacando todo lo que no habían sacado en años, quizás en todas sus vidas juntas. Yo igual. Mi voz salió al fin, se oyó y me oí como no me había oído nunca: ¡BASTA YA! ¡NO ES NO! Por todas las veces que no me oí decirlo. Que callé por mí y por mis amigas o mis hermanas. Y lo sentí como un grifo acabado de destapar, ya no se podía detener el chorro de agua que ahora salía. También sentimos dolor y rabia y miedo y mucho enojo. Pero ya no estábamos solas, éramos legión sorora y se sintió como la gloria.


Y Mérida también se destapó como ese grifo de agua imparable, ya no hay duda de eso. Me imagino que Rita Cetina sonríe desde allá dónde esté y yo también sonrío. ¡Gracias, maestra!


Elur G. Mulet

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