En una marea de marginadas y marginados, el gramo de privilegio se defiende con violencia.
--Lo pudo escribir cualquiera.
Les cuento que el domingo 26 de enero, la emoción por estos “despertares sociales” (porque debo admitir que me encantan las manifestaciones sociales), estaba coludida por una emoción banal: estrenar un drone que me compré en los ofertones de diciembre y que no he podido utilizar con tranquilidad por aquello de las leyes que no son leyes -ni tampoco normas- pero que le dan pretexto a cualquier uniformado de azul para remitirte ante un juez cívico.
La #Marchaporlapaz fue en silencio, sin consignas, sin mentadas de madre, sin intervención de paredes y monumentos, ni “fuegos artificiales” de las y los compas anarquistas, por lo que se hizo lentísima. No les miento, duró más de cuatro horas.
Ayer parecía que no habría chance de ver “arder” al mundo, por lo que el premio de consolación era volar el drone. Tardé poco en perder la emoción, pues me di cuenta de que volar una de estas madres durante una marcha es tan fácil como asaltar a un borracho. La cosa es tal que un miembro de la Guardia Nacional se puso a echar el chal conmigo mientras le tomaba una foto al techo de Palacio Nacional.
La movilización llegó a la plancha del Zócalo con un sólo sobresalto a la altura de Bellas Artes; un carnal que le preguntó/gritó a los familiares de personas desaparecidas cuánto les habían pagado por hablar mal de AMLO. Hasta donde mis ojos vieron y mis oídos escucharon, nadie que estuviera ahí sin tratar de sacar algún provecho político/económico, hablaba mal de López Obrador, en todo caso, se le cuestionaba la falta de acciones para detener la realidad tan violenta que vivimos.
Todo apuntaba a que regresaría a casa con el logro desbloqueado de volar el drone en Paseo de la Reforma, pero sin la felicidad de ver vidrios rotos o una bandera de México quemada. Sin embargo, la narrativa dio un vuelco de 180 grados al final de la marcha, cuando un señor bastante molesto, me señalaba directamente acusándome de prensa chayotera. No lo saqué de su error pero me dolió bastante estar en el mismo grupo de Ciro o López-Dóriga.
Un grupo considerable de simpatizantes lópezodradoristas que se ubicaban en la explanada del Zócalo, señalaban a otras y otros compañeros de la prensa, a la vez que gritaban contra los LeBaron, Sicilia, y todas las personas que componían la #Marchaporlapaz. A su entender, los participantes de la marcha eran acarreados, pagados, o personas que sacaban provecho político de sus desgracias familiares.
Después de una pequeña confrontación de empujones y uno que otro pellizco en las lonjas bajas, la plancha del Zócalo se dividió entre los asistentes de la marcha y el grupo de simpatizantes lópezodradoristas. En algún momento, Griselda Triana, viuda del periodista asesinado Javier Valdez, gritó que a su esposo lo habían matado por decir la verdad. Por supuesto, también la desacreditaron, como a muchos casos de familiares, amigos y conocidos que llegaron hasta ahí movidos por la sed de justicia, el miedo, la valentía, el horror y otros conceptos que crearían una lista interminable de sensaciones infernales que se despiertan por vivir en un país como el que nos tocó habitar.
La #Marchaporlapaz, encabezada por Javier Sicilia y la familia LeBaron, tenía el objetivo general de exigirle al presidente que se ponga las pilas para frenar esta ola de violencia, que efectivamente, es una herencia de sexenios pasados, pero que él se comprometió (libremente) a enfrentar y resolver. Sin embargo, se convirtió en un escenario donde se pudo dar cuenta de la fragmentación social que existe; si el diálogo no es una opción, la negociación mucho menos. En una marea de marginadas y marginados, el gramo de privilegio se defiende precisamente, con violencia.
Ayer volé un drone, pero enterré varios cientos de esperanzas que tenía encendidas. Los de abajo estamos equivocados de bando y nuestras prioridades no son nuestras, son de otros. Y el peligro es precisamente ese: dan la sensación de ser genuinas. Miramos al de al lado sin siquiera observarnos, sin darnos cuenta de que compartimos la desdicha, ni que el estiércol que brota de las alcantarillas también nos tiene la casa apestando a tragedia, miedo, injusticia, resignación y esperanza.
La paz que exige LeBaron no proviene de la misma historia que tiene Sicilia, ni la misma que tienen los padres de los 43 o los familiares de cientos de miles de desaparecidas y desaparecidos, sin embargo, coinciden en un matiz particular, frenar la sensación de vivir pensando en que la muerte más trágica te puede tocar en cualquier momento.
Javier y Adrián hablaron desde el templete, pero cientos de miles de voces permanecieron en silencio. Ayer quería la paz de volar un drone y la encontré en medio del dolor, la frustración y el miedo de aquellas y aquellos desdichados que pelean (peleamos) entre ellos (nosotros) mientras los de arriba, como siempre, sólo (nos) observan.
Texto y fotografías: Chilangx
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