Primera entrega para el nuevo formato de Postal Urbana.
Día 1- Es raro ser viajero de ciudades que no existen, es raro no poder utilizar las muletas tecnológicas a las que estoy acostumbrado y lidiar con las incomodidades de cualquier ciudadano de aquí, todo para pasar desapercibido. Por fortuna, tengo un rostro que no invita a pensar que soy extrovertido y además, extranjero, creo que me contrataron porque mi aspecto es el de quien puede ser desapercibido en cualquier nación. Esa combinación de introversión y de parecer de cualquier lugar, me deja tiempo y margen para pensar adecuadamente mis palabras y su acento y sonar como ciudadano del lugar. Todas estas incomodidades, las de no poder usar mis artefactos de costumbre, me fueron impuestas por mi editor, quien se escandalizó por aquel incidente que tuve hace un año en Columbia, ciudad importante de Asgardia, pero no la Asgardia de la mitología nórdica, sino la Asgardia Espacial que inició en 2016. El incidente fue penoso, así que es poco probable que cuente de mi visita allá, además, mi editor tiene vetado todo el cuaderno de viaje.
Pero hoy me encuentro en otro lugar, y evidentemente, en otro tiempo. Cómo desearía estar sentado en un café y contemplar a la gente para hacerme de sus costumbres y maneras antes de emprender la exploración propiamente dicha, pero aquí no pude establecer ese ritual que me ha confortado en otros tiempos, aquí todo es tan rápido y tan lento a la vez. Me encuentro en Weimar, la capital, no hay café, sólo pequeñas panaderías y venta a granel y una molienda a la orilla de la ciudad, que por fortuna, no es muy extensa, así que me regresé a mi alojamiento a preparar yo mismo mi café. Lo primero que puedo compartirles es que la ropa es demasiado pesada y gruesa, combina bien con el grueso semblante de cada uno de los pocos ciudadanos que hay aquí. Diez años han pasado y todo se ha reconstruido, ya ni se nota la devastación, pero la seriedad persiste, a pesar de que no he visto época en mis viajes en las que haya sentido mayor sensación de libertad en los ciudadanos del mundo que en ésta; todos mis vecinos viven con una especie de vuelta a la vida íntima, a la vida individual, sin importarles lo colectivo. Toda interpretación de culpa anticipada es porque conozco bien lo que viene, pero no puedo escribir así, hablando de lo que ya sé que sucedió, tengo que limitarme a lo que siento ahora.
Día 3- “El cine, que es invento reciente, ha traído esa certeza de que se ha llegado al cenit de la capacidad humana de inventar. Fotografías que se mueven, ¡válgame Dios!, eso sí da al espíritu humano una libertad que sólo puede ser complementada con los recientes triunfos de la revolución leninista y el permiso de la ciencia, que con Freud, nos destapó, además, la libertad, por primera vez en la historia, de hacer lo que nos venga en gana en nuestras camas y de casarnos con quien queríamos.” Eso se dice en lo poco que he leído estando aquí. Me gusta leer los diarios cuando los hay, y los libritos populares que la gente se comparte, pero eso ya lo saben. A mi gusto, dentro del tiempo que me ha tocado vivir, incluyendo mi tiempo, los treinta del cuarto milenio, no hay época ni lugar en donde más se viva esa noción de libertad, que aquí en Weimar; pero los tiempos coinciden en que hay un retorno a lo serio, a la censura del humor, a la ofensa de todos y por todos, como en mi amado 3029.
Día 5- Aquí en Weimar se come más que decentemente, hay embutidos de primera y cerveza tan pesada que no se volverá a beber en la historia, es de lo poco que disfruto, ojalá pudiera tomarme una auto-foto (Nota del traductor: “Selfie” sería más adecuado para el decenio de los 20 de los dos miles) pero no cargo nada. Uno puede saber mucho del lugar en donde está por su comida, pero no tanto por su sabor, sino por su espíritu. Las porciones en esta república son generosas y los aderezos muy elaborados, lo que habla de que hay bonanza a pesar de todo. La caída del otro es el triunfo del propio, eso es cualidad humana, me he dado cuenta; aquí, el eminente crash económico de América no es tema ni de opinión en las columnas del periódico, pero es cierto que siempre una reconstrucción trae más empleo que el goce de lo ya levantado. En fin, prometo dejar de divagar tanto y describirles más que interpretarles, pero esta salchicha de calibres por ustedes poco imaginados y mi bebida casi híbrida entre cerveza y crema de licor, va a su salud.
Día 6- Es cierto que una ciudad se distingue por sus olores y colores, es una especie de sello único de cada urbe, pero no sólo eso, sino también de cada época. En Weimar, las calles son serias, como la época a la que estañó entrando. ¡Oh, qué poco nos duró el gusto por los chistes picosos en el cine y sus nuevas formas de representar esas sexualidades no convencionales! ¡Y las columnas de opinión estrafalaria y las opciones de viaje!; las calles se volvieron serias otra vez, con sus colores obscuros y las marchas militares cada 6 horas, como preventivo de enfermedad hemática en las venas de la ciudad. Lo que me llama la atención es que los militares marchan sin tensión, eso debe ser bueno.
Día 7- “El cine es tan relevante ahora, nos puede aportar nuevas realidades, si no logramos conquistar Europa del Este, lo haremos en el cine, finalmente ya heredamos a la humanidad el Nosferatu, que molestará a más de un puritano, o M, el vampiro de Düsseldorf, somos una gran nación y merecemos conquistarlo todo.” Así me dijo un autonombrado demócrata social, esta mañana mientras esperaba por mi tabaco. Pero la que debería ser la película que trascendiera, es la de Anders Als die Andern, donde el actor Conrad Veidt tiene un romance homosexual, así, simple. Supongo que el hecho de que no trascendiera es la señal de que nunca en la historia se avanzó tanto en libertades, aquí, en los 20 de los mil novecientos.
Volviendo a los colores y olores, el tabaco es especial, se mezcla con el olor del metal de las fundiciones y el olor a papel mojado del periódico de ayer. Mañana regreso a mi alojamiento para recoger todo y no dejar huella de mí. En este edificio que en un futuro se pensará como frío, con sus amplios ventanales y espacios descaradamente rectangulares, tengo mi última cavilación: qué lástima que los cimientos del respeto entre personas no es tan fuerte como los de los hermosos edificios funcionalistas que aún les sacamos provecho. Weimar me deja varias vivencias dignas de reflexión, es como transitar de una época a otra, pero no a la manera en la que yo lo hago, sino como si nadie se confesara un deseo de retorno a momentos de la historia pre-establecidos. Es como si las personas no pudieran con el futuro incierto, o con la abundancia y las posibilidades infinitas de su potencial. Eso de retroceder los pasos es otro malestar de la cultura que habría que examinar.
Gracias, Weimar.
Traducción al castellano adecuado para la segunda década de los dosmil, por Cesar Uribe.r
Comments