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Postal Urbana

“Yo tengo un Hilo Rojo” – Primera parte

Actualizado: 26 feb 2020

En una Ciudad como la Ciudad de México donde habitan una cantidad enorme de personas hay historias increíbles de contar, sé que en algún lugar del mundo pudo suceder algo parecido, pero así sucedió esta historia.


Una tarde de esas del mes de octubre de aquellos años donde las estaciones eran comúnmente precisas y exactas en su forma de escenificar la vida de las personas, Leonardo llegaba a su casa después de un día de escuela y, como siempre, a la puerta lo esperaba su madre quien procuraba tener un plato de fruta listo para contener el hambre de Leonardo. Para la madre de Leonardo fue fácil detectar un gesto de preocupación en él como toda madre que conoce a su hijo a la perfección a pesar de que no era el chico más transparente, se acercó y le dijo - ¿Qué pasa? ¿cómo te fue en la escuela? – Leonardo con una sonrisa poco desdibujada por lo que estaba a punto de contar, respondió – Bien Ma, todo bien como siempre – ninguna madre se traga una respuesta tan tajante, aunque Leonardo era así de simple en su forma de ser - ¿Qué pasa? ¿Todo bien? – Sé que te pasa algo y no es con la escuela – Leonardo no podría mentirle por lo que decidió contarle que había terminado con su novia – No pues ¡es que Karen terminó conmigo Ma! y pues me sentí un poco mal – Su madre respondió sin sorpenderse – Vaya, sabía que era algo así, pero ya te dije que no te debes de sentir mal eres muy joven aún y pronto tendrás otra novia con la que puedas divertirte o algún hilo rojo – Leonardo quien se encontraba sentado en la mesa entre algunos ingredientes para la comida, la miró con cara de ¿Qué dijiste? ¿Hilo rojo? ¿Qué dices? ¿Qué es un hilo rojo? – entre risas, su madre gustosa de la cultura oriental y de la literatura romántica pensaba en aquella leyenda japonesa. En algún momento leyó un viejo libro sobre esto que le contaría a Leonardo – Si, existe una leyenda japonesa que dice que todos estamos atados mediante un hilo rojo al dedo meñique de otra persona, esto porque la arteria ulnar que está en este dedo conecta con el corazón y de ahí un hilo rojo atado a otra persona y están destinadas a tener un lazo afectivo que las conecta desde su nacimiento y el hilo existe independientemente del momento de sus vidas en el que las personas vayan a conocerse y no puede romperse en ningún caso, aunque a veces pueda estar más o menos tenso, pero es, siempre, una muestra del vínculo que existe entre ellas, incluso hay una leyenda sobre este hilo rojo que cuenta que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y cuando las encuentra las ata con un hilo rojo para que no se pierdan. A Leonardo, quien la palabra romanticismo se le había olvidado en algún lugar de su closet, se le hizo una cursilería más de su madre – ¡Ay, mamá! ya no veas novelas, te afectan un poquito, ¡eh! – La madre de Leonardo sólo sentenció a Leonardo con lo que podría ser una historia de amor que nunca esperó – ¡Ya verás pingo! En algún momento te va a pasar y te vas a acordar de mí. Por supuesto Leonardo no tomó en cuenta la historia de su madre y continuó los siguientes años viviendo como cualquier joven de los 14 a los 17 años.

Ilustración textil de Julián Urrego.



Llegó el momento en que Leonardo debía empezar a trabajar y apoyar a su familia que acababa de pasar por años difíciles, económicamente hablando, encontró un trabajo donde no le iba nada mal. Al punto de esta historia ya llevaba algunos meses como mesero en un restaurante, un trabajo pasajero que por un momento deslumbró a Leonardo porque no le iba mal y podía apoyar a su familia y no descuidaba sus estudios, ¡claro! al haber dinero quedaron en estatus “pendiente”. Leonardo era algo tímido con las chicas que visitaban el restaurante, siempre apoyado de algunos compañeros era como las conocía y como se relacionaba con ellas, incluso dentro del restaurante tuvo una muy fugaz relación con una chica, pero cuando vio que era un poco extraña con otro compañero perdió el interés de inmediato. Como lo dije, Leonardo creo que blindó sus sentimientos porque ya había sido decepcionado anteriormente en algunas ocasiones. Por lo tanto, él mejor optó por un consejo que su madre le dio – “Ten puras amigas, hijo no entregues todo, te vas a divertir más y no sufrirás a lo tonto” – digamos que Leonardo tomó muy en serio este consejo y se limitó a puras amistades de un día y ya. En el restaurante veía pasar una y otra vez chicas, pero sin precipitación evitaba relacionarse con alguna en serio como lo hacían algunos compañeros. Incluso había una apuesta entre ellos que era ver quien tenía más teléfonos o conseguía la cita más rápida. Leonardo era ajeno a las apuestas, aunque participó en algunas influenciado por uno de sus amigos, Erick era esa voz en el oído izquierdo de Leonardo y con quien tenía una excelente relación de amistad, aquel tipo con el que conectas de inmediato por su sentido del humor – ¡Vas wey! ¡Éntrale! Está buena la apuesta, es un dinerito y chance hasta una buena cita agarras – el restaurante era visitado por chicas de algunas escuelas de paga de la zona y ya que era el lugar de moda en los rumbos, no había semana que no se hicieran interesantes apuestas entre los meseros del lugar. Leonardo en dos ocasiones había participado y no le había ido tan mal había tenido buenas experiencias conociendo a nuevas amistades sin llegar a nada. Después de un tiempo declinó las invitaciones a dichas apuestas por lo que sólo se dedicaba a observar a sus compañeros acechar a las chicas como hienas hambrientas, tan pronto llegaban chicas al lugar todos se preparaban para atacar a las presas. Leonardo una noche despertó: a cierta hora había tenido un sueño muy raro con una chica de la cual no podía ver el rostro, pero no dejaba de pensar en ello, aquel sueño lo había dejado pensando sobre cómo se desarrollaba era todo muy claro y sentía una cierta conexión con la chica a la que únicamente podía ver de espaldas con un saco como de piel café. Era algo inexplicable, ya que Leonardo en sus sueños normalmente visualizaba momentos de los días que había vivido en realidad, él sentía que era un don muy extraño, por ejemplo, de pequeño Leonardo de viaje con sus papás iba por la ventana del autobús viendo autos, casas, restaurantes, los cuales hacía todo lo posible por recordar, esto para que por la noche apareciera en un sueño como historia policiaca, de amor o de alguna otra temática. Este es un don que nunca se ha podido explicar y que tampoco ha sido un problema, al contrario para Leonardo es mágico ya que en sus sueños pasan cosas muy interesantes.


Continuando con nuestra historia, un día en el que a Leonardo le tocaba “cerrar”, término que se le da en el medio de los restaurantes para indicar que al personal le toca el último turno del día, Leonardo se encontró con un compañero de aquellos que hacían este tipo de dinámicas con las clientas - ¡Qué hay amigo! ¿Cómo estás? – chico de buena familia ganando experiencia laboral porque estudiaba en una escuela de paga y no tenía básicamente necesidad, Leonardo contestó – Muy bien amigo ¿Y tú? ¿Qué tal está el día? – Era un miércoles en el cual había buen flujo de comensales en el restaurante ya que era día de dos 2x1 en los cines que estaban a un costado del lugar – Bien amigo, estuvo bueno en la comida, ya sabes uno que se la sabe, ¿No? – con una sonrisa en la cara Leonardo asentaba con un “sí, ya sé” poco contundente. John, este compañero de quien habla, era el organizador de esta competición por lo que comentó con Leonardo – hoy amigo va a venir unas chicas que conectamos, ¿Recuerdas unas güeritas que se sentaron en la zona del bar la semana pasada? – Leonardo repasando rápidamente en su mente las chicas que había visto asechadas por este grupo – No muy bien amigo, pero ¡qué bien! ¿Cuál es el plan? – John se rio sarcásticamente – Para que te acerques amigo a ver que sale para la fiesta del fin de semana, tienes pegue, no te hagas. Por cierto, el fin de semana me preguntaron por ti – el comentario de John hizo dudar a Leonardo – ¿Ah sí?, ¿Quién? – John riendo – ¡Ay amigo! Vanessa, la chica del bar a donde fuimos el fin pasado – Leonardo soltó una risa y le comentó – ¡Ya! Claro me acuerdo de ella, pero tiene mi teléfono quedó de marcarme, pero en fin amigo, gracias – Leonardo se salió dio la vuelta y se metió a los casilleros para iniciar su turno.

Ilustración textil de Julián Urrego.



Era una tarde algo movida, había cierta afluencia en el restaurante por lo que Leonardo estaba muy ocupado, entre una mesa de puros niños de 13 años que festejaban a su amiguito y otra donde se encontraban las mamás de ellos, Leonardo no veía el momento en que pudiera tener un lapso de tranquilidad. Entre el ruido de los trastes, la cocina y el bullicio de la gente, Leonardo estaba pasando por un lapso de estrés agudo, entraba a la cocina a tomar agua y a relajarse un poco. Caminaba por el restaurante y en el bar estaban el grupo de meseros alrededor de tres chicas, algo que llamó la atención por lo que le había comentado John, caminó lentamente atravesando por la entrada a la sección del bar y cuando miró hacia el grupo, una mirada le impactó de tal forma que lo hizo agachar la mirada, como confundido por aquel choque de miradas, como cuando tocas cables en mal estado y te dan un toque eléctrico, como esas veces que no entiendes por qué no puedes dejar de voltear a ver a alguien o algo, la mirada y el gesto lo habían dejado atónito, tanto que se encontró a Erick y le preguntó - ¡Wey! Ven, ¿Quiénes son las chicas que están en el bar? – Erick entusiasmado porque ya había estado con ellas le respondió – Amigo, son las chicas que vinieron la semana pasada y John las invitó a un lugar, al cual por cierto no fueron, pero ahora vienen con otra chica – Leonardo sabía que esta chica no la había visto antes por el lugar y a las otras dos podría recordarlas un poco. Iniciaría la investigación de quién era esta chica.



Texto: Hék Martínez

@hekalmo, @FaCreativo

Músico, Melómano, Escritor en proceso.

Locutor en Incudeso Radio, Factor Creativo Martes 8 PM

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